sábado, septiembre 12

A veces me pregunto por los recónditos misterios del recuerdo. Pienso que no se recuerda con la mente, sino que hay remembranzas que vienen y de golpe se te pegan a la piel, y te envuelven, y te traen una alegría indescriptible, convirtiéndote en otro, en alguien que ya fuiste, pero que retorna como un extraño.
Cómo no pensar en lo que hubiera sido si no fuera lo que soy! cómo evitar pensar en los cruces de caminos en los que hubo que elegir. Aunque más no fuera haber girado en sentido contrario esa tarde de abril, vestida de oro, fresca y apurada, con un sol cansado y viejo, gastado.
Quién sería si no hubiera leído la Ilíada a los doce años? por qué me hice hincha de un equipo de fútbol en primer grado para que un compañero desaprensivo me devolviera el sacapuntas rojo, con una muesquita, porque mi vieja no me iba a comprar otro?
Cómo sería si la vida no me hubiera golpeado? si no me hubiera pasado la infancia preguntándome una y otra vez, por qué me pasa esto a mi?
Tal vez no haya respuestas. Me conforma saber que simplemente he vivido, con la idea persistente de que no había cruce de caminos, sólo un sendero angosto por el que iban apareciendo distintos obstáculos, desde el cual se advertían manos amigas dispuestas a compartir la escalada. Muchas me dejaron atrás, es cierto, pero a otras me aferré tan fuerte que no pudieron soltarme.
Las personas valiosas no son como los cuadernos nuevos, que cuando uno los empieza se propone hacer una letra prolija. Los que dejan huellas en nuestra vida, son aquellos que aparecen cuando estamos cansados de borrar y no lograr un acierto. Basta con mirar al lado. Seguro que ahí están, con una sonrisa franca, la mirada abierta con un dejo de comprensión.

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