domingo, septiembre 11

La enramada

Hay días en que uno se siente un poco solo, invadido por un aura de silencio; es allí cuando comienza a sentirse un poco triste, a añorar cosas del pasado, de un pasado lejano que se fueron yendo y que no han de regresar sino en algún que otro recuerdo. Días de viento, Navidades, salidas de compras... la voz de mi madre, que temo olvidar definitivamente algún día y sentir, entonces, que ella se ha marchado para siempre, que ya no va a volver...
Se llevó consigo mis raíces, ya no vuelvo al pueblo, ya no me hablo con los escasos parientes que supimos intimar de tanto en tanto. Muchos de ellos fueron quedando en el camino, no pudieron escapar a ese devorador de horas que es el tiempo.
Miro a mis hijas y siento que ellas habrán de perpetuar algunos de mis gestos, sin dudas, como yo de mis padres. Eso tampoco me consuela. Quisiera volver por un rato a aquel rincón tibio debajo de la enredadera, en el patio de tierra donde soñaba un futuro venturoso, sin sospechar siquiera que cuando hubiera conseguido aquello que anhelaba daría cualquier cosa por retornar a ese mundo de sueños.
No era demasiado feliz, también pensaba que no era afortunada, que no tenía demasiadas virtudes y sentía vergüenza la mayor parte del tiempo. Vergüenza de algo, no sé, de lo que fuera. La vergüenza y el miedo han sido los sentimientos que más he experimentado durante muchos años. Todavía hoy siento muchos miedos, algunos irracionales.
Extraño tantas cosas... cómo quisiera volver un día a esos momentos. Tal vez me daría cuenta que lo único que deseaba era crecer y salir de esas noches turbias que me perturbaban prodigiosamente. Como aquella noche de carnaval... como tantas otras...
Tengo miedo que al pasar los años, añore este momento; estos días en que me siento triste y que evoco mis temores de la infancia y el consuelo de mi madre. Y sienta que he desperdiciado este momento recordando otra vida, otro lugar, otras personas. Nada queda, en definitiva. Todo se consume en un vértigo que nos invade y que nos arrastra. Que no nos deja encontrarnos. Y es por eso que tal vez, uno se termina poniendo un poco triste un domingo por la tarde.