Vuelvo a reflexionar sobre el tiempo, ese acontecer mágico que no se puede explicar; sí, no se puede explicar y me atrevo a ser tan categórica luego de haber buscado y, encontrado obviamente, una centena de explicaciones, desde distintas miradas y cosmovisiones... Ninguna de ellas logra dar una cabal noción de lo que ocurre cuando los astros se mueven y yo voy sintiendo cada día un dolorcito distinto en el cuerpo =)
La magia tal vez consiste en su inasibilidad, en que se escabulle como un hálito por nuestra piel, de manera imperceptible, de manera irreversible e irrecuperable.
Pareciera, por momentos, querer detenerse y, otras veces, correr desacompasado, arrastrando nuestras pobres oportunidades de llegar a tiempo, de reunir el cuerpo y la mente en una misma entidad, en un mismo momento.
Debo confesar que tiendo a la disociación: mi mente salta, a veces, fuera del tiempo y del espacio y recorre otros tiempos y otros espacios (más acogedores, por cierto).
Todos los días, con gran esfuerzo de mi parte me levanto con las telarañas del sueño aún cubriendo mis ojos y parto rauda hacia el trabajo, que seguramente ya me lleva ventaja y nunca podemos intersectarnos y componernos en un todo. El retorno al mediodía también conlleva sus prisas: llevar las niñas a la escuela, nunca a tiempo!
Pero existe un momento, cuando cruzamos la calle que nos separa de la escuela, con su tibia manecita buscando la mía, en que el tiempo parece detenerse. Todo desaparece, a excepción de esos deditos inseguros y esas trenzas mal peinadas que me esperan para que las acompañe "hasta entrar a la salita".
Tal vez sea el único momento del día en los astros se detengan y el sol eche un guiño, para saludar a mi pequeña que no entiende (y no tiene por qué hacerlo) que hay un mundo allá afuera que aguarda con sus tiempos frenéticos...
Posiblemente sea este uno de los recuerdos que más atesore cuando el tiempo haya hecho su jugada y ya no sea más que una anciana cascarrabias.
La magia tal vez consiste en su inasibilidad, en que se escabulle como un hálito por nuestra piel, de manera imperceptible, de manera irreversible e irrecuperable.
Pareciera, por momentos, querer detenerse y, otras veces, correr desacompasado, arrastrando nuestras pobres oportunidades de llegar a tiempo, de reunir el cuerpo y la mente en una misma entidad, en un mismo momento.
Debo confesar que tiendo a la disociación: mi mente salta, a veces, fuera del tiempo y del espacio y recorre otros tiempos y otros espacios (más acogedores, por cierto).
Todos los días, con gran esfuerzo de mi parte me levanto con las telarañas del sueño aún cubriendo mis ojos y parto rauda hacia el trabajo, que seguramente ya me lleva ventaja y nunca podemos intersectarnos y componernos en un todo. El retorno al mediodía también conlleva sus prisas: llevar las niñas a la escuela, nunca a tiempo!
Pero existe un momento, cuando cruzamos la calle que nos separa de la escuela, con su tibia manecita buscando la mía, en que el tiempo parece detenerse. Todo desaparece, a excepción de esos deditos inseguros y esas trenzas mal peinadas que me esperan para que las acompañe "hasta entrar a la salita".
Tal vez sea el único momento del día en los astros se detengan y el sol eche un guiño, para saludar a mi pequeña que no entiende (y no tiene por qué hacerlo) que hay un mundo allá afuera que aguarda con sus tiempos frenéticos...
Posiblemente sea este uno de los recuerdos que más atesore cuando el tiempo haya hecho su jugada y ya no sea más que una anciana cascarrabias.